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"El río que se apagó".

  • Foto del escritor: Gremi
    Gremi
  • 5 jul
  • 4 Min. de lectura

70's.


Las aves danzan con armoniosa alegría, recorriendo los árboles llenos de manzanas, guayabas y limones. Todos en la villa comienzan su pacífica rutina, Don Mario se levanta de su sedosa cama y, sintiendo el dulce tacto del piso de madera con sus pies, abre la ventana que tiene junto a su cama, recibiendo un aroma a pan recién horneado que el aire trajo consigo, cortesía de su vecina Valeria, la mejor panadera del pueblo. Mientras la vista de Don Mario se adaptaba a la luz del exterior, pudo vislumbrar el cristalino río que marchaba gentilmente al lado de su casa, obsequiando un flujo interminable de agua dulce y fresca a toda la villa, a todos los silvestres y libres animales que deambulan y a todos los cultivos que crecen excepcionalmente con sabores extraordinarios. Lo conocían como el Río Pimbinhasï.


En la plantaja baja, la esposa de Don Mario, Doña Gloria, preparaba unas deliciosas corundas, cuyo aroma se mezcló con el de los panes, dibujando una sonrisa en el rostro de Don Mario. Después de vestirse, pasó por la habitación de sus hijos que yacían plácidamente dormidos hasta la hora de la escuela. Bajó por las escaleras y saludó a su esposa, quien esbozó una sonrisa al verlo con tanta alegría. La vida era tan noble, con aromas que llenaban al pueblo de goce, sabores extraordinarios de la sustentabilidad de los campesinos y con el melodioso sonido de fondo que producía el río al chocar las rocas y en sus ligeras caídas.


Don Mario tuvo la fortuna de vivir una vida tranquila como campesino, agradecido con el río por su sabiduría exquisita y su eterna humildad al proveer de un agua tan rica a sus cultivos codiciados por los pueblos alrededor. Siempre inculcó a sus hijos la sabiduría que el río le brindaba.


—El agua estuvo antes de nosotros y estará después de—dijo mientras hacía hoyos en el suelo con sus hijos para sembrar nuevas semillas—, el suelo es noble y corresponderá a las acciones que practiquemos sobre él. Pero recuerden una cosa, así como son recursos tan valiosos, lo son igual de vulnerables y por ello, debemos respetarlos y protegerlos a toda costa.

90's


La vida en la villa ha prosperado. Mientras que Don Mario y Doña Gloria descansan profundamente debajo de unos frondosos árboles de naranjas, sus hijos, Raúl y Mateo, continúan con el negocio familiar de los cultivos y la villa, tan irreconocible, ahora cuenta con el triple de viviendas desplegadas por el cerro, junto al río y cercanos a la nueva carretera. Algunos árboles de los más antiguos fueron cortados para tener más espacio, pero es una pérdida razonable, así habría más oportunidades de empleo en la villa conocida por tener los cultivos más deliciosos.


Cuando le preguntaba a Raúl y Mateo el secreto de que sus cultivos fueran tan deliciosos, ellos solo respondían lo que sus padres les enseñaron:


—El agua y el suelo son nobles—decía Don Mario—, responderán de la forma en que los tratemos.


—Si respetan estos recursos—anadía Doña Gloria—, la naturaleza siempre proveerá.


2000's


El progreso ha sido maravilloso, ahora los pisos están pavimentados, hay tecnologías que maravillan a todos los pueblerinos y la villa poco a poco se transiciona a una ciudad en potencia. Con fábricas circundando la villa y miles de oportunidades laborales a flote. Los hermanos Raúl y Mateo se maravillan con la prosperidad de la villa, pero no pueden evitar notar algunos cambios intrigantes.


Ahora los cultivos producen menos cantidad que antes y la calidad de los sabores es mala, no entienden por qué. Tuvieron que vender la casa de sus padres, pues ya no soportaban los extraños olores que invadían cada rincón y sus hijos se enfermaban por razones desconocidas. No les dolió tanto venderla, pues la vista por la ventana ya no era la misma de antes. La hija de Valeria cerró el local hace años, no podía hacerle competencia a las grandes empresas panaderas. Por otro lado, el río dejó de ser tan querido por sus residentes, dejaron de frecuentarlo para comer en las orillas con las familias, dejaron de lavar sus ropas, de nadar, ni siquiera le dirigían la mirada por su color oscuro que adquirió en los últimos años.


2020's


Los carros marchan con violenta sonoridad, recorriendo las calles llenas de basura y tempestad. Todos en la ciudad comienzan su monótona rutina, Don Hugo se levanta de su pesada cama y, sintiendo el frío tacto del piso de cemento con sus pies, mantiene cerrada la ventana que tiene junto a su cama, no quiere recibir el olor a humo que el aire trae consigo, cortesía de la avenida que tiene a su lado, la más concurrida de la ciudad.

Mientras la vista de Don Hugo se estremecía por ver la luz solar rebotando con el asfalto e inundando de calor el exterior, pudo vislumbrar aquel canal de drenaje que marchaba a duras penas al lado de su casa, cortesía de las descargas de aquella industria irresponsable, obsequiando un flujo interminable de basura y aguas residuales a toda la ciudad, a todas las plagas que deambulan y a todos los cultivos llenos de pesticidas y sabores muertos. Dicen que alguna vez fue un hermoso río llamado Río Pimbinhasï.




"Garanticemos una descarga responsable, no perdamos los cuerpos de agua que tanto nos han provisto y protejamos los recursos naturales".

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